Desde hace unos años, los informes Foessa sobre la exclusión y el desarrollo social ponen de manifiesto las desigualdades económicas y sociales existentes en Cataluña y en todo el estado español.
Ésta es una circunstancia primordial para entender las dinámicas generadoras de exclusión que han ido en aumento en los últimos años. A la hora de hablar y tratar sobre la pobreza y la exclusión social debemos centrar la cuestión en las desigualdades. A más desigualdades mayores situaciones de pobreza y exclusión social y a la inversa.
Los diferentes informes de Oxfam-Intermon se centran en esta cuestión reflejando la exagerada concentración de riqueza en pocas manos y la desmedida carencia de recursos para un elevado número de personas y familias en aumento. Mientras exista la creciente desigualdad que caracteriza la evolución de nuestras sociedades, las medidas para reducir las situaciones de pobreza y de exclusión social no serán efectivas.
De la misma forma que afirmamos que no puede haber tanta pobreza en el mundo y en nuestras sociedades, debemos decir también con la misma claridad y determinación que no puede haber tanta riqueza tan acumulada en tan pocas manos. Hace días que se habla de la riqueza concentrada en el 1% de la población más rica porque parece tener la misma que el 99% restante de la población. Además, a las personas más ricas las conocemos, les ponemos nombre y cara, las exponemos como trayectorias de vida de éxito y de saber hacer bien las cosas. Por este motivo, si son ricas es porque se lo han ganado y merecen. A su vez, la pobreza es anónima. Aunque por las calles vemos a personas pobres, por los centros de acogida vemos colas de personas esperando una atención, no conocemos sus nombres y ni les ponemos cara. Sin embargo, están cuajando los discursos que responsabilizan a estas personas de su situación. Si pasan penurias será porque no han hecho bien las cosas y no han aprovechado las oportunidades que seguro han tenido, por lo que también se las hace responsables y merecedoras de su situación. ¡Lejos de la realidad!
En Cataluña, según el informe Foessa del año 2021, sólo el 33,1% de la población se encuentra en una situación de integración plena, es decir, 1 de cada 3 personas. El 37,8% en una situación de integración precaria, que significa que a pesar de sentirse integrada en su sociedad sufre alguna privación, lo que no impide la satisfacción de sus necesidades más básicas. El 13,6% se encuentra en una situación de exclusión moderada, que significa que tiene algunas dificultades para sentirse integrada en su sociedad y que el nivel de privación es importante, teniendo que renunciar a determinadas actuaciones para poder garantizarse una satisfacción básica de sus necesidades cotidianas, aunque no plenamente, y que el 15,5% se encuentra en una situación de exclusión severa. En su conjunto, en Cataluña el 29,1% de la población, unas 2.260.000 personas, se encuentra en situación de exclusión. El informe añade que los niveles de integración plena recientemente han caído de forma considerable.
El objetivo de esta exposición, que seguramente para la mayoría de los lectores es más o menos conocida, no es otro que llamar a la no normalización de estas situaciones. No debemos normalizar la pobreza ni la exclusión social, ni mucho menos las desigualdades existentes ni sus efectos.
Los países de referencia de nuestro modelo económico marcan una tendencia que reafirma todas estas situaciones. Por poner un ejemplo, los niveles de desigualdad económica y social en EEUU, Rusia y China son más elevados que los nuestros. ¿Hacia dónde vamos?
La no aceptación de estas desigualdades y sus consecuencias, es decir, la no normalización de las mismas, es uno de los principales retos que tenemos como sociedad y como ciudadanos y ciudadanas que la integramos.
Es cierto que existe una desconfianza ciudadana en la política y en la democracia, pero es necesario revertirla. No tenemos un escenario fácil ni esperanzador, pero a pesar de las dificultades y obstáculos debemos apostar por él.
Rafael Allepuz
Miembro de Justícia i Pau Lleida Justicia i pau