Estado de opinión escrito por Pepi Sánchez
El afecto es una de las pasiones del ánimo (del lat. affectus) que surge en los más tempranos días de nuestra existencia. A su disfrute y cultivo dedicamos la mayor parte de los momentos felices de la vida.
Al principio sentimos cariño por nuestros padres, hermanos, abuelos y otros familiares; en seguida aparece el afecto como fruto del buen hacer entre personas (entre niños, amigos, hacia los maestros…) que conocemos fuera de casa en esa primera infancia. Goza de una larga tradición la idea del amor como rasgo esencial del hombre desde oriente hasta occidente.»El amor nos humaniza». Y así, a medida que pasan los años podemos disfrutar del cariño cultivado. Sin embargo, «nada permanece», con el pasar del tiempo esos vínculos nacidos del afecto se rompen. Un sin fin de causas puede dar con el final de la relación afectiva. El sentimiento que surge en algunas ocasiones es el de la añoranza. Aquella relación afectuosa, amorosa, desaparece y en su lugar nos aqueja un dolor de ausencia. A él se ha dedicado multitud de obras de arte. La poesía, el teatro, la novela se han hecho eco de este acongojado sentir. Lo experimenta quien ama. Cuando vivimos una ruptura de pareja; cuando vemos marchar de esta vida a un familiar o un amigo; cuando, por razones diversas, nos alejamos del lugar en el que vivimos, en el que trabajamos, notamos nos embarga este dolor. Hoy solemos nombrarlo con la expresión » pasar un duelo», «vivir un duelo». No obstante, vale la pena emplear la menos empleada «sentir dolor de ausencia» pues con duelo solemos referirnos a un periodo, una etapa vital que tendrá un final. El dolor por la ausencia de un ser querido puede acompañarnos toda la vida, aunque hayamos superado el duelo.
¿Cómo expresamos este sentir? ¿Dónde lo expresamos? ¿A quiénes?
No son pocas las publicaciones que se han centrado en el análisis de la fragilidad humana. El mundo de la canción como el de la poesía han mostrado imágenes, palabras y expresiones útiles para hablar de esa ausencia y con todo, cuando nos llega el momento de vivir una ruptura nos quedamos mudos, faltos de expresiones, carentes del tono adecuado. Huimos de los tópicos por parecernos vacíos. ¿Cómo encontrar la palabra que represente el hueco que ha nacido con la falta del ser amado, del amigo? Sin duda, ésta brotará del silencio, de la reflexión solitaria para luego decirla, compartirla. De modo que la explicación necesaria del dolor de ausencia será posible antes que nada en el apartamiento. Sin la meditación ni el recuerdo faltarán las palabras justas de la añoranza. La tristeza, el vacío, la desesperanza necesitan de la reflexión para ser reconocidas y nombradas. El canto o el elogio a la persona ausente facilitan la aceptación de la pérdida.
De igual manera, necesitamos un lugar donde expresarnos, donde confesar la falta que sentimos, el lamento por la marcha de la persona añorada, y si bien es cierto que cualquier sitio es bueno para una declaración de dolor, no lo es menos que hay lugares que dotan a esta exposición de un relieve mayor, le confiere una cualidad regeneradora muy valiosa. Unos espacios silenciosos, reposados, otros cercanos a la naturaleza, aunque sea el jardín, contribuirán al florecimiento de las expresiones que muestran el dolor de ausencia.
La actitud del oyente, aquella persona a la que confiaremos nuestro sentir, deberá ser de atención, de paciencia, también de caridad para que brote el consuelo.
En consecuencia, el vivir acelerado, carente de silencio, de momentos de reflexión, de lugares propicios o sin tiempo para la escucha hacen muy difícil el necesario reconocimiento del estado de dolor de ausencia y con ello de la aceptación por la pérdida de las personas que en un momento de la vida nos han acompañado haciendo vibrar el amor en nosotros, humanizándonos.
Necesitamos tomar conciencia de lo que nos falta y un espíritu activo para el consuelo por el dolor de ausencia en este tiempo presente.