Hermanos todos

09/05/2025

Artículo por per Eduard Ibàñez.

Nos ha dejado el Papa Francisco: un gigante espiritual, un gran líder moral mundial, un verdadero referente de fe y vida, un hermano. ¡En gloria esté!

Repito lo que ya tantos y tantos han dicho, porque lo siento así: Francisco ha sido un don de Dios, que deja un legado inmenso a la Iglesia y una enseñanza extraordinaria, una huella profunda y firme.

Se ha escrito una cantidad inabarcable de artículos y reportajes en torno a su muerte, y más que se escribirá, sobre su denso y rico mensaje, sobre su valiente testimonio y sobre el impacto de su pontificado en la Iglesia y en el mundo. Pero seguramente será necesaria aún una cierta distancia en el tiempo para poder valorar sus enormes dimensiones y su repercusión.

Ciertamente, sería imposible y pretencioso hacer justicia en un pequeño artículo. En todo caso, pienso que es oportuno que nos preguntemos: ¿qué enseñanzas y qué caminos nos ha abierto a nosotros, hombres y mujeres que trabajamos por la Justicia y la Paz? ¿Cuál es el eje de su mensaje y de su testimonio dirigido al mundo, de aquello que podemos llamar su “enseñanza social”?

Filiación y fraternidad universal

Si tuviera que comprimir una respuesta en breves palabras, citaría el título de su encíclica Hermanos todos (Fratelli Tutti, 2020). Es decir, su profunda vivencia y su potente llamada a una auténtica fraternidad universal, más allá de todas las diferencias entre personas, con una opción preferencial por los pobres y excluidos.

Esta fraternidad que ha propuesto Francisco no es un concepto abstracto, meramente racional, basado en la igualdad de los seres humanos, que sería totalmente insuficiente ante la gravedad, arraigo y persistencia de la injusticia. La fraternidad propuesta y vivida por Francisco es la que emerge del Evangelio y de la fe de la Iglesia. Esta es su solidez y su fuerza transformadora.

Esta fraternidad, ya anunciada en su nombre (pues fue vivida también de forma radical por el Santo de Asís), es la que surge de la profunda experiencia que somos hijos de Dios, creador y sostén de toda realidad. No un Dios lejano o abstracto de filósofos, sino un Dios personal, un Dios vivo, que es “Padre nuestro”, que ha creado, por un proyecto de amor, todo el universo y la humanidad (Laudato si´,76) y que se ha encarnado en el hombre Jesucristo, con quien podemos encontrarnos, y en quien somos hermanos. Un Dios que es comunidad de amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que ama incondicionalmente sus criaturas con infinita ternura y misericordia, especialmente los pobres, las víctimas, los “descartados”, los que sufren, las “periferias”, los “últimos”, los “heridos”, que “tienen un lugar preferencial en su corazón” (Evangelii Gaudium,
197).

Este Dios Padre nos llama a cada uno a entregarnos a los demás, porque sólo así el ser humano se puede realizar, desarrollar y encontrar la plenitud; porque la persona “sólo reconoce su verdad en el encuentro con las otras personas concretas a quien amar (…) porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión y fraternidad y es una vida más fuerte que la muerte” (Fratelli Tutti,87), porque “nadie se salva solo”(Evangelii Gaudium,113); porque “la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los otros y con todas las criaturas” (Laudato si´,240).

En definitiva, de esta experiencia surge una actitud fundamental: “descentrar la propia vida, para centrarla en el servicio a los demás, en el bien de los demás, especialmente los otros con quien comparto la existencia o que me son confiados y, en particular, aquellos que tienen más necesidad o son más vulnerables”, como magistralmente ha mostrado la Parábola del Samaritano. Se trata de una actitud que nos da vida, alegría profunda y paz indestructible, que nos hace crecer en humanidad (Exhortación Gaudete et Exultate).

Esta experiencia puede ser vivida de la manera más plena y ser alimentada por la fe, en la oración y sobre todo en la eucaristía, lugar de encuentro en Cristo, que nos lleva a la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger y servir (Carta Desiderio desiveravi,11,65) y nos empuja a construir pequeñas comunidades cristianas verdaderamente fraternas en su interior, donde todos nos hacemos “guardianes los unos de los otros”, que sean testimonio y luz para su entorno.

Esta es la fraternidad universal que estamos llamados a vivir y a proponer en nuestro mundo con diálogo y con humildad.

Una opción preferencial por los pobres, los últimos, los descartados

De esta profunda experiencia de filiación y fraternidad surge la mirada atenta y la preocupación constante de Francisco por el drama de todas las víctimas de la injusticia, la pobreza, la desigualdad, la violencia y la guerra. La preocupación por estas personas, como “opción preferencial”, desde la “proximidad real y cordial”, ha caracterizado decisivamente su pontificado: “quiero una iglesia pobre con los pobres”, porque “nadie puede sentirse al margen de la preocupación por los pobres y la justicia social” (Evangelii Gaudium,198).

Este ha estado el punto de partida, el centro y la perspectiva de todas sus enseñanzas y mensajes. Es desde aquí que Francisco ha hecho un severo juicio y denunciado que vivimos en un mundo donde el progreso parece no tener un rumbo común y donde se retoman conflictos anacrónicos, crecen populismos y nacionalismos egoístas, cerrados y agresivos; un mundo donde predominan los intereses individuales por encima de la dimensión comunitaria de la existencia y la indiferencia ante el sufrimiento de muchos (la
“globalización de la indiferencia”); desde donde ha denunciado “un sistema social y económico injusto en su raíz” (Evangelii Gaudiuem,59), donde predominan una economía y unas finanzas globales consumistas, tecnocráticas y depredadoras, que generan pobreza, desigualdad y exclusión (“que matan”) y provocan una progresiva degradación ambiental, que afecta principalmente a los pobres. Un mundo donde prevalece un globalismo que favorece a los más fuertes y el sacrificio (“descarte”) de partes enteras de la humanidad, donde los derechos humanos “no parecen iguales para todos”, donde se maltrata a los emigrantes y donde se somete a millones de personas a situaciones de explotación o esclavitud (Fratelli Tutti, cap.I).

Pero Francisco, a pesar de esta dramática situación del mundo, ha hecho una llamada constante a no perder la esperanza, porque Dios no ha dejado de derramar en la humanidad semillas de bien, porque la esperanza es una aspiración profunda de todo ser humano y el motor que eleva hacia la verdad, la justicia y la paz (Fratelli Tutti,54-55). Como afirmó en su Mensaje por la Jornada Mundial de la Paz de 2020, la esperanza “es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables”. “Sólo de la esperanza puede surgir un compromiso permanente, un trabajo constante y paciente en favor de la justicia y la verdad, único capaz de superar las dificultades”. Y el fundamento de esta esperanza es precisamente la conciencia “de una verdadera fraternidad, basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca”.

Las grandes implicaciones de la fraternidad

Por todo eso, Francisco ha animado constantemente a una obertura a Dios, Padre de todos, para redescubrir esta conciencia de fraternidad, capaz de garantizar la armonía entre todos les seres vivientes, la convivencia, la justicia y la paz en el mundo.

La experiencia de filiación y fraternidad lleva, como ha mostrado magistralmente Francisco en Laudato si´, a una mirada ecológica integral (con todas sus dimensiones humanas y sociales), que ve el mundo como creación de Dios, un todo profundamente interconectado, reflejo de su bondad y belleza; una creación que ha estado asumida (encarnación) y es habitada por El mismo, y ha estado entregada para el disfrute y administración responsable de los seres humanos, como su “casa común”. Por eso, a partir de un nuevo estilo de vida más contemplativo, humilde, profético, sobrio y simple, solidario y defensor de los pobres, podemos y debemos ser custodios de esta casa, cuidar de ella, protegerla y compartirla equitativamente con toda la humanidad, preservarla para las generaciones futuras y elevarla a Dios mismo, lo cual nos pide una “conversión ecológica integral”.

De esta experiencia de fraternidad surge igualmente la necesidad de una economía libre de la “idolatría del dinero” y de la tecnocracia, inclusiva y humanizadora, verdaderamente al servicio de las personas, sobre la base del destino universal de los bienes, que asegure techo, tierra y trabajo decente para todos y permita el desarrollo integral de todos los pueblos.

De esta experiencia de fraternidad pueden surgir también unas relaciones entre los pueblos naciones basadas en la cooperación y la cultura del diálogo, la no-violencia activa, la cultura del encuentro y el diálogo y la confianza mutua, porque todo el mundo necesita la paz; una buena política orientada al servicio del bien común y el amor; la estima a las identidades culturales vividas de manera abierta y comunicativa; la hospitalidad con los emigrantes, a los cuales hay que “acoger, proteger, promover e integrar”; la “búsqueda artesanal” y comunitaria de la paz; el perdón y la preservación de la memoria; el desarme, la erradicación de la guerra, de la violencia y de la pena de muerte; el diálogo entre religiones y la libertad religiosa, que pueden permitir a las tradiciones religiosas hacer una valiosa aportación a la fraternidad y la justicia (Fratelli Tutti).

Esta experiencia de fraternidad universal, que proviene de un Padre que ama infinitamente a cada ser humano, implica descubrir que eso le confiere una “dignidad infinita” (Evangelii Gaudium,178), por encima de intereses o mayorías, en el respeto de todos sus derechos humanos, universales e inviolables. Particularmente de su derecho a la vida en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural, evitando que ningún ser humano sea descartado, aunque no haya nacido, sea viejo o enfermo. Francisco ha querido subrayar que la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada (Exhortación Amoris Laetitiae,83).

Un estilo de hacer realmente fraternal

Pero atención, porque el mensaje de fraternidad universal cristiana, para ser auténtico, coherente, creíble y eficaz, no se puede expresar como doctrina o solamente con discursos teológicos o filosóficos, ni tan sólo meramente con la denuncia o condena de las realidades injustas. Como el mismo Francisco ha demostrado, el mensaje sólo tiene fuerza cuando esta fraternidad se propone humildemente a través de la escucha y el diálogo y, sobre todo, cuando se vive realmente en la relación con los otros con el fin de construir juntos.

Por eso, Francisco, además de sus mensajes, discursos o cartas, ha dado un testimonio real de fraternidad con una multiplicidad extraordinaria de signos, gestos y acciones concretas, con una actitud “en salida”, de proximidad personal y de amor hacia las personas excluidas y las que sufren.

Lo ha hecho promoviendo o animando innumerables iniciativas sociales y humanitarias concretas, locales e internacionales (por ejemplo con la acogida de refugiados en el Vaticano o con servicios para los sin techo romanos); impulsando acciones diplomáticas pacificadoras; viajando a numerosos países periféricos o en guerra (Congo, Sudan, República Centroafricana, Irak, Mozambique, Myanmar, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas…); visitando o encontrándose personalmente con inmigrantes y refugiados, con víctimas de abusos por parte de sacerdotes, con enfermos, ancianos, discapacitados, sin techo, parados, transexuales… con los pueblos indígenas i aborígenes, objeto de toda clase de presiones, pero que nos enseñan una gestión sabia y responsable de los recursos naturales (destacable fue la convocatoria de un Sínodo sobre la Amazonia), así como rezando permanentemente (con numerosas convocatorias de jornadas de ayuno y oración) por los que padecen la guerra y la injusticia.

Lo ha hecho también con sus encuentros con representantes de toda clase de instituciones, sectores sociales o colectivos, con los cuales ha querido poner en práctica la cultura del encuentro y del diálogo: con dirigentes políticos y económicos, con los medios de comunicación, con el mundo empresarial o con los jóvenes (a quien dedicó un Sínodo; con los que impulsó la iniciativa Economy of Francesco).

Finalmente, en el marco de este estilo fraterno, es altamente remarcable su notable aproximación ecuménica e interreligiosa, como ha mostrado con su proximidad y colaboración con los representantes de las otras iglesias cristianas, particularmente los hermanos ortodoxos, así como con los líderes de otras confesiones religiosas, con una atención particular a los musulmanes, con quienes ha querido abrir un ámbito de colaboración islamocristiana a favor de la paz (con la extraordinaria declaración conjunta hecha con el Imam Ahmed Al-Tayyeb a Abu Dhabi). Así, resulta significativo que, como el mismo Francisco subrayó, sus dos grandes encíclicas sociales, Laudato si´ i Fratelli Tutti, se hayan inspirado, respectivamente, en su diálogo con el Patriarca Bartolomé y con el Imam Al-Tayyeb.

En definitiva, un inmenso campo de iniciativas y signos y acciones dirigido a iniciar nuevos procesos, abrir espacios de fraternidad y promover la responsabilidad de todos para hacer camino juntos (sinodalidad) en favor de la justicia y la paz.

Eduard Ibàñez.