En estos días tan agitados podríamos escribir sobre muchas situaciones que suceden a nuestro alrededor y que nos inquietan, entristecen e indignan como cristianos y ciudadanos que soñamos un mundo más justo: la salvaje invasión de Gaza y el secuestro y asesinato de inocentes, la falta de cultura democrática de los partidos políticos, la utilización de la judicatura con finalidades políticas que comporta la pérdida de confianza -ya debilitada- en las instituciones, y yendo más allá también el incuestionable cambio climático, la gestión de la inmigración y de la pobreza y violencia asociadas, el crecimiento de la extrema derecha y tantas cosas más.
Pero hoy yo quiero referirme a algo más discreto, más escondido, quizás pensando en el humilde pesebre en que nació Jesús, tan cerca como estamos de la Navidad. Y es que el acontecimiento al que me referiré nos llenó de esperanza y de alegría a todos los que tuvimos la suerte de poder asistir a él. Me refiero al encuentro de Navidad de la Fundación MAP, que se celebró en el teatro Comtal de Ripoll el pasado 3 de diciembre, donde se representó el espectáculo “Respira”, que tiene como principales actores personas con algún tipo de discapacidad, que son acompañadas por dicha entidad. Uno de los actores era mi amigo Agustín Aribau, un hombre de 41 años con síndrome de Down, a quien conozco desde hace más de 35 años y con el que he pasado muy buenos momentos: hemos reído mucho juntos y aún lo hacemos cuando nos vemos. También nos reímos el uno del otro. El me dice “pesado” y yo le digo que es “un manta” (los dos tenemos razón). Agustín y su pareja, una elegante bailarina voluntaria de la entidad, nos deleitaron con una danza llena de sensibilidad artística, una danza exquisita que nos dejó clavados en el asiento, en silencio e impactados cuando finalizó. Después del espectáculo nos invitaron a un aperitivo en el vestíbulo del teatro. Agustín era feliz, todo el mundo le felicitaba, y él me confesó entonces que hasta el último momento no estuvo del todo convencido de participar en el acto, pero que en aquel momento era la persona más feliz del mundo. El y yo, y otros amigos, empleados y familiares nos comimos muy a gusto las croquetas, la tortilla de patatas, el embutido y otras exquisiteces, y disfrutamos de un buen rato de alegre conversación.
No esperábamos otra cosa que paz y hermandad y gozar del espectáculo extraordinario. Pudimos “respirar” a fondo y con aires saneados un buen rato. Afuera, sin embargo, cuando volvimos a casa hacía frío, mucho frío.
Àngel Miret i Serra
Miembro de Justícia i Pau Barcelona