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¿Qué y quién nos da miedo?

La inmigración, la reincidencia y la lengua

Francina Planas

08/03/2024

Los discursos sutiles del miedo van calando como lluvia fina sin que nos demos cuenta.

 

En estas últimas semanas hemos asistido a diversos debates y análisis en torno al hecho de la inmigración extranjera, de la cual parecería “preocupante” la inmigración pobre. No parece inquietarnos los refugiados y refugiadas ucranianas a las que se les ha facilitado todo, tampoco los profesionales, principalmente europeos, colocados en empresas multinacionales entre otras organizaciones económicamente importantes.

 

Se habla de un supuesto acuerdo entre Junts y el Gobierno español para obtener mayores competencias en emigración con el interés, según se ha filtrado en la prensa, de reducir una supuesta reincidencia delincuencial de población pobre inmigrada. Dosieres en diversos periódicos muestran el aumento porcentual de la inmigración en Cataluña por encima de otras zonas de la Península con las consiguientes dudas razonables sobre si representa una estrategia para “diluir” los aspectos culturales de los catalanes y catalanas, con un riesgo muy importante de que el uso habitual de la lengua catalana se convierta en residual. A esto se le añade la natalidad extranjera por encima de la catalana, y un largo etcétera que genera una nube espesa y poderosa que se cuela en todas las fisuras de nuestra existencia colectiva: ¿tenemos el riesgo de disolvernos como cultura?

 

Toni Soler en la contraportada del diario Ara del 25/02 ya advierte del riesgo de culpabilizar el eslabón más débil de nuestra sociedad. Y tendríamos que dilucidar las diferentes responsabilidades mayoritariamente políticas y públicas que someten a la población más dinámica, emprendedora, trabajadora, talentosa, de diferentes países que se arriesga a venir a Europa, a vivir en una diabólica carrera de obstáculos, a vivir en la desesperación, en el desarraigo, en el abuso, en el gueto, en la imposibilidad de participar de la plena ciudadanía política. El discurso del miedo no deja abrir puertas y ventanas para ver con perspectiva, ni nos hace nada creativos imaginando estrategias positivas para la equidad, el intercambio y el respeto. La erradicación de la pobreza extrema y la privación, la vivienda, la disolución de los guetos en las ciudades, en las escuelas, la simplificación de la burocracia, la facilitación de permisos, el trabajo justamente remunerado, el desarrollo comunitario, la permeabilidad comunicativa son retos decisivos en los que trabajar.

 

Amin Maalouf en “El naufragio de las civilizaciones” describe la vida de sus abuelos y el inicio de su infancia desde el último tercio del siglo XIX y hasta mediados del XX en el Delta del Nilo, donde la música, la literatura, las artes, se desarrollaban en abundancia, y en donde los inmigrantes de cualquier origen y confesión se sentían invitados a participar de pleno derecho con la población local: compositores, cantantes, actores, novelistas, poetas estrellas en el mundo árabe y más allá. Desde levante y la lengua árabe a otros universos culturales (Umm Kalzum, Omar Jayam, Leila Mourad, Ungaretti, Chawqi), en dialogo con el helenismo (Cavafis, Moustaki, nacidos en Alejandría…) y otros entornos culturales.

 

La xenofobia, los nacionalismos cerrados, la intolerancia política y religiosa, el fomento del miedo al “otro”, la política de enfrentamiento tribal, el populismo, el racismo cortaron este dinamismo creativo. Y seguimos obstinados en hacer naufragar la humanidad de la misma manera.

 

Muchas voces empiezan a hablar de crisis civilizatoria. Las posibilidades de vida de la Tierra tal y como la conocemos pueden cambiar radicalmente, las migraciones serán simplemente un efecto de ello aún más importante. Y quizás es necesario empezar a llamar las cosas por su nombre: la inmigración no es el problema, ¿estamos preparados para que sea una oportunidad? Es necesario cambiar nuestra mirada. Como dice Maalouf, “más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación”.

Francina Planas

Miembro de Justícia i Pau