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Regenerar la democracia

24/05/2024

El presidente Sánchez sorprendió con un golpe de efecto poco habitual. El tiempo dirá qué tenía la carta dirigida a la ciudadanía de afección anímica y familiar y qué de estrategia de supervivencia política y praxis de su personal manual de resistencia ante la eventualidad. La eventualidad es un tiempo crepuscular que encadena crisis económica, pandemia, cambio climático, guerra, crispación y malestar, anticipando un tiempo de tiniebla democrática. Hay que prestar atención a la llamada que hace el presidente a la regeneración democrática en medio de la dura batalla política entre los que, con impotencia reaccionaria y resentimiento, quieren desde la melancolía y la nostalgia recuperar el tiempo perdido para volver a un pasado que fue mejor: la patria, el orden, los roles de género y de clase. Y los que creen que aquella edad dorada no ha existido jamás, al menos para una buena parte de los huéspedes del planeta. La democracia que conocemos, tejida después de derrotar los nazifascismos en Europa, y gracias a la creación del estado de bienestar de la mano de la industrialización en la segunda mitad del siglo pasado, es un estado provisional. Nunca definitivo. La armonía del modelo socioeconómico sobre el cual se edifica ya no existe. Una de las ingenuidades de la Ilustración -dice Daniel Innerarity- fue pensar que a aquellos que buscan orientación se les ayuda con conocimiento. A quien tiene miedo o está indignado no se le calma con los hechos porque la irritación genera prejuicios que el conocimiento no puede disolver.

La turbulencia atmosférica del cambio climático y una tormenta eléctrica digital son la causa del cataclismo social, político y económico que impulsa la actual mutación. Cuando se combinan las innovaciones cientificotécnicas (por ejemplo, Internet) con sus efectos (las redes sociales), arranca un proceso de destrucción creativa de empresas, de conocimientos, hábitos de relación y de consumo, y un cambio de valores que transforma el estilo de vida y el sentido común social, incluidas las instituciones. Las condiciones del nuevo entorno de las tecnologías y las crisis energética y ecológica transformando el modelo productivo, además de las consecuencias geopolíticas en la disputa del poder tecnológico y del control sobre los recursos naturales, remueve los equilibrios y polariza la vida parlamentaria porque rompe la estabilidad anterior, proyecta dudas sobre el futuro y alimenta el alma conservadora de la ciudadanía, aupando el avance de la extrema derecha en todas partes.

El avance de la extrema derecha y el fascismo se explica como reacción melancólica frente a un orden que se percibe como amenazado. El miedo a perder privilegios y a la desaparición del antiguo orden es la esencia de los movimientos reaccionarios. Las derechas abogan por conservar lo que creen que se podría perder: la moral, la familia, el trabajo, las creencias, los paisajes… Existe hoy un sentimiento de pérdida que se constata en expresiones como: los jóvenes de hoy vivirán peor que sus padres; el cambio climático augura unas condiciones de vida dramáticas; el catalán está amenazado y también nuestra cultura y el estilo de vida; la globalización y los inmigrantes nos diluyen y despersonalizan, a parte de quitarnos lo que es nuestro… Frases que buscan provocar un comportamiento defensivo ante una sociedad abocada al cambio. Las percepciones del riesgo son muy reales. Tanto como que “la modernidad ha creado una cultura donde sólo rigen causas y efectos” (El tiempo perdido, Clara Ramas). Si estamos en el mejor de los mundos posibles, diría la modernidad capitalista, esto sólo puede ir a peor. Otra vez el alma reaccionaria que alimenta la extrema derecha. Justamente esto es la postmodernidad: una modernidad que no puede superarse a sí misma y que por tanto no le queda otra que la conservación.

En este contexto, los reaccionarios crispan el ambiente y provocan el odio para destruir el orden institucional, poseídos por la melancolía de la pérdida y refugiados en el victimismo que, como dice Danielle Giglioli, “sentirse víctima activa un potente sentimiento de identidad, de derecho, de autoestima, e inmuniza contra la crítica garantizando la inocencia más allá de cualquier duda. ¡La víctima es el héroe de estos tiempos!” (Crítica de la víctima, D. Giglioli). Pero en realidad el reaccionario nostálgico no anhela el objeto del cual se siente desposeído, sino que sólo se reivindica a sí mismo. Su yo. La regeneración democrática es cosa de todos, no sólo de los parlamentarios. En eso tenía razón Pedro Sánchez.

Salva Clarós