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Los que formamos parte de movimientos o de organizaciones con el objetivo de concienciar la sociedad civil de la necesaria transformación del actual sistema capitalista neoliberal en otra sociedad más justa, solidaria, ecológica e igualitaria tenemos un grave problema. Si lo que queremos es generar espacios de reflexión y debate para avanzar en un proceso de participación comunitaria y plantear alternativas y acciones concretas que nos hagan sentir protagonistas, capaces de cambiar las cosas, tenemos un grave problema.

Este problema, que puede ser al mismo tiempo el único y definitivo para que nuestro proyecto fracase, consiste en la profunda y generalizada conciencia individualista que se impone en la mayoría de las personas.

Según Gramsci, la función ideológica del sistema hace que el discurso hegemónico de unas determinadas opciones políticas se identifique con el bienestar de todos. El neoliberalismo, base ideológica del sistema capitalista global actual, utiliza la perspectiva de la economía para enfocar todas las relaciones humanas. Y así no resulta extraño oír continuamente: “… y yo, qué provecho saco de todo esto…”, “a mí, qué me aporta…”.

Principios propios del ámbito económico como son la competitividad, la productividad, la eficacia, la eficiencia, la rentabilidad… se aplican a ámbitos de la vida social e individual que no tienen nada que ver con estos conceptos. Otro ejemplo de esta hegemonía ideológica del individualismo y el economicismo que interpreta las relaciones humanas (homo economicus) son las palabras de Margaret Thatcher en una entrevista: “la sociedad no existe. Lo que existe son hombres y mujeres individuales y sus familias…”

“Las personas hemos adoptado una visión economicista de nosotros mismos y hemos perdido nuestros referentes y nuestra identidad. El individuo se interpreta como una empresa y lo que desea es obtener beneficios para sí mismo, pasa a descartar el componente colectivo y se aparta de la concepción de que es un ente significativo para la sociedad, adoptando la concepción de que sus acciones son solo importantes para sí mismo“. (De la tesis doctoral de Ernesto Chévere Hernández, presentada en la Universidad de Salamanca, 2019).

Llegados aquí se hace más evidente que nunca que el problema no tiene una solución ni fácil ni rápida, ya que esta visión individualizadora se está impartiendo cada día desde la “universidad” de los medios de comunicación. Hemos de recuperar en nuestro discurso el “homo sociologicus”, los principios de colaboración y de bien común. Pero ¿cómo hacerlo para que este discurso llegue a más personas y no sólo a los ya convencidos?, ¿cómo hacer hegemónico este discurso?, ¿cómo hacer que la gente se implique y educarnos en aquello que es colectivo, en aquello que es común?

Sabemos que solos no vamos a ninguna parte, y precisamente el sistema lo que insistentemente nos dice es que somos “individuos”. Sabemos que lo que provoca los cambios es la unión, la organización, el tener objetivos comunes y caminar juntos en la misma dirección y sentido. Pero cómo veré la necesidad de organizarme si mi problema

es individual, si incluso se cuestiona el concepto de bien común, porque se hace pasar por la interpretación de cada interés particular.

Hemos de recorrer un largo camino de reeducación colectiva, de reeducación del sentido crítico ante lo que vivimos, de reeducación en conciencia de clase, en conciencia de aquello que es colectivo, de aquello común, dígase como se quiera, pero hemos de poner en el centro la vida y la persona y comprender que somos absolutamente vulnerables y absolutamente interdependientes. Y eso no es malo, sino que precisamente es lo que da grandeza al ser humano, porque no nos queda otro camino que realizarnos con los demás, no a costa de los demás.

Pero una vez asumido este principio, que creo ha de orientar toda nuestra acción, nos encontramos con otro elemento absolutamente estructural y que planta cara con fuerza al anterior proceso educativo, lento y progresivo, y es la urgencia con la que es necesario abordar, si no todos, muchos de los problemas y retos actuales.

De una manera muy sintética, podemos decir que la gran urgencia la impone el cambio climático en el cual estamos inmersos y el agotamiento de las materias primas con las cuales obtenemos la energía para todos los procesos de transformación de los bienes. Estos son los problemas nucleares y transversales frente al resto de ámbitos de nuestra vida. Una situación provocada por el proceso acumulativo y extractivista del sistema, que nos ha hecho llegar al límite de la autodestrucción del planeta y de nuestro hábitat natural y que ha provocado una desigualdad sangrante a nivel mundial, que ya no tiene margen de espera posible. El sistema capitalista es incompatible con la vida y, precisamente, la estructura económica-política mundial está dirigida por el capitalismo.

¿Cómo encaramos esta contradicción de “velocidades”? Por un lado, el proceso de concienciación y de socialización de las personas, necesariamente lento; por otro, los cambios que se necesitarían abordar para vivir mejor o simplemente para evitar el colapso, que no permiten demora alguna.

Hemos de intentar encontrar una síntesis, alguna respuesta, aunque no sea una solución global. Muchas veces la búsqueda de soluciones globales nos ciega para dar respuestas concretas y necesarias. Necesitamos alguna respuesta para caminar, para avanzar y no caer en la trampa de que el problema es tan grande y difícil, tan sistémico y estructural y yo tan pequeño, con tan poca fuerza, que no es posible hacer nada, y por tanto me paralizo o decido vivir en el terreno del “panem et circenses”. Y de esta manera encaramos de nuevo las posibles soluciones colectivas o más globales desde el prisma de nuestra individualidad, y está claro que de esta manera no avanzamos.

Una humilde propuesta puede ser intentar no concienciar desde la teoría, no teorizar aquello colectivo, sino intentar que toda reflexión o debate colectivo aterrice en una propuesta concreta de acción, ya sea reivindicativa, propositiva o lúdico-festiva, pero en todos los casos comunitaria. Es una respuesta, no es la solución. Entre otras cosas porque no creo que haya una única solución, sino un poliedro de soluciones. Son muchas las experiencias alternativas que necesariamente tendrán que ir confluyendo, ya que ante un problema global se necesita una respuesta también global, pero esto pertenece a otra reflexión.

Salvador Martínez